miércoles, febrero 15, 2006

Cuando yo muera...




No existe el amor,
si no las pruebas de amor,
y la prueba de amor a aquel que amamos
es dejarlo vivir libremente.





Cuando yo muera...

Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos
quiero la luz y el trigo de tus manos amadas
pasar una vez mas sobre mi su frescura;
sentir la suavidad que cambio mi destino.

Quiero que vivas mientras yo dormida te espero,
quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,
que huelas el aroma del mar que amamos juntos
y que sigas pisando la arena que pisamos.

Quiero que lo que amo siga vivo y a ti te ame
y cante sobre todas las cosas, por eso sigue tu
floreciendo para que alcances todo lo que mi amor
te ordena... para que pase mi sombra por tu pelo,

para que así conozcan la razón de mi canto...

Los zapatos del otro...


Nos cuenta Plutarco en una de sus historias, que en aquellos tiempos de la antigüedad había un romano que decidió separarse de su mujer abandonándola.
Sus amigos le recriminaron por ello, pues no veían claros los motivos de aquel divorcio:
-¿No es hermosa?-preguntaban.
-Sí. Lo es. Y mucho.
-¿No es, acaso, casta y honrada?
-Sí. También lo es.

Extrañados, insistían en conocer el motivo que había llevado a su amigo a tomar una decisión tan extrema. El romano, entonces, se quitó un zapato y mostrándolo a sus amigos, preguntó:

-¿Es bonito?
-Sí. Lo es-dijeron ellos.
-¿Está bien hecho?
-Sí. Eso parece-todos aprobaron.
Y entonces él, volviéndoselo a calzar, les aseguró:"

-Pero ninguno de ustedes puede decir dónde me aprieta.

De ahí viene la típica frase que hemos oído alguna vez: "¿Dónde me aprieta el zapato?"
Nadie puede saberlo sino el mismo que lo usa. Nadie más que uno mismo puede estar en sus propios zapatos.
Los cheyennes, indios americanos, tienen una frase que encaja con lo expresado. Dice: "Para conocer a una persona, hemos de andar muchos kilómetros con sus propios mocasines".
Algo similar al proverbio español: "No conocerás a nadie hasta haber consumido con él un saco de sal".
De ahí el respeto que nos han de inspirar las decisiones ajenas. Siempre corresponden a situaciones que desconocemos. Y es que no estamos en los zapatos de la otra persona.
¡Sepamos dónde nos aprieta el zapato!
Pero evitemos juzgar dónde les aprieta a los demás.